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El informe que revela que la cultura es sólo para los hijos de la élite
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cuando tu carrera depende de llamar a tu madre

El informe que revela que la cultura es sólo para los hijos de la élite

La gran mayoría de los operadores del sector cultural está en crisis profunda porque todo el tejido intermedio está desapareciendo

Foto: 'La duquesa de Amalfi' en el teatro The Globe, en Londres
'La duquesa de Amalfi' en el teatro The Globe, en Londres

Las conclusiones del estudio, ‘Like Skydiving without a Parachute’: How Class Origin Shapes Occupational Trajectories in British Acting', realizado por Sam Friedman, David O'Brien y Daniel Laurison, profesores de la London School of Economics y de la universidad de Goldsmith, es sorprendente para quien no conozca de primera mano el mundo cultural. Sus investigadores analizaron 402 encuestas cumplimentadas por actores y entrevistaron a otros 47 para conocer su trayectoria profesional y su origen social y hallaron que el 73% de los actores y actrices provenían de una clase social favorecida (eran hijos de directivos y profesionales cualificados) mientras que el 27% restante pertenecía a familias con menos recursos (los padres eran cuadros intermedios o realizaban tareas manuales o que precisaban escasa formación). El salario medio que obtenían con su trabajo los profesionales de clases medias altas era de 46.100 libras al año, mientras que los de clase baja percibían de promedio 11.000 libras menos.

Un compañero, titulado por Cambridge, tiene que ganarse la vida como puede, vendiendo mapas y chicles o lavando coches

Andy, uno de los actores entrevistados, cuyos padres son médicos, explicaba una clave obvia de esta variable de clase: “Tu carrera como actor depende en gran medida de la posibilidad de llamar a tu madre durante los periodos de escasez financiera”. Tommy, que proviene de una familia millonaria y que cursó sus estudios en una universidad de élite, explica que puede proseguir su trayectoria profesional porque “poseo un apartamento en Londres y cuento con otro alquilado, además de acciones y de dinero invertido. Sé que es injusto… Un compañero, titulado por Cambridge, tiene que ganarse la vida como puede, vendiendo mapas y chicles o lavando coches”. Brian, un actor londinense negro, explica que “si tuviera una herencia o algo, podría tomar más riesgos. Iría a ver más teatro y conocería a más gente. Muchos actores británicos se han marchado a probar suerte a EEUU. Yo no puedo. No tengo dinero y no tengo tiempo”.

El mal del sector cultural

No es sólo un estudio sobre el mercado de trabajo actoral británico, sino un retrato de la cultura contemporánea. La posibilidad de subsistencia en la profesión la marcan el deseo por permanecer en ella y los recursos económicos que permiten llevarlo a efecto. Y no se trata únicamente de la pervivencia material, sino de la tranquilidad que ofrece no depender del próximo trabajo para pagar las facturas. Es cierto que es algo típico del sector cultural (contaba Harrison Ford que consiguió su primer papel importante porque era carpintero, lo que le permitía presentarse a las pruebas con muchos menos nervios que sus competidores, para quienes ser elegidos en un casting no sólo era un triunfo profesional sino que implicaba pagar el próximo alquiler) pero también lo es que las transformaciones de los últimos años han complicado notablemente el escenario.

Sólo el 3 y el 5% de los autores literarios y de ensayo vive de sus obras. Y es más que probable que el 80% de las editoriales esté en quiebra técnica

Los actores no son una excepción: la gran mayoría de los operadores del sector cultural, desde técnicos a propietarios de editoriales, pasando por directores cinematográficos o dueños de estudios de grabación, está en crisis profunda porque todo el tejido intermedio está desapareciendo, entendiendo por éste la capa de operadores en la creación, en la realización del producto y en la distribución y venta que hacían posible la mediación entre el creador y el público.

La música es el ejemplo más evidente, con un montón de bandas generando grabaciones y conciertos, y casi todas perdiendo dinero

El sector editorial es revelador: como apunta el consultor Manuel Gil, “aunque no hay informes que puedan aportar datos concretos sobre este asunto, sólo entre el 3 y el 5% de los autores literarios y de ensayo vive de sus obras. Y es más que probable que el 80% de las editoriales esté en quiebra técnica”. La precariedad, esto es, la dificultad enorme para generar ingresos de artistas, técnicos y pequeños empresarios que les permitan vivir del producto de su trabajo es moneda común en el sector, y sólo esa voluntad que nace de la vocación consigue que los niveles de producción cultural continúen siendo elevados.

Una pléyade de invisibles

Pero con un precio. La mayoría de las creaciones actuales son producto del tiempo de ocio, de la reserva de energías que se extraen de la vida laboral y la privada y de los recursos económicos que se invierten casi a fondo perdido. La música es el ejemplo más evidente, con un montón de bandas generando grabaciones y conciertos, y casi todas perdiendo dinero. El sector cultural ha tomado dos direcciones, la de quienes tienen una posición financiera y económica sólida, que son los únicos que pueden generar beneficios, y el de una pléyade de pequeños negocios y pequeños creadores que subsisten a duras penas en el oficio, casi siempre gracias a un salario que obtienen por otros medios.

La cultura es para quiene tienen recursos o contactos, que son los únicos que pueden resistir económica y anímicamente mientras el éxito llega

La consecuencia de todo esto aparece de una manera evidente en el estudio británico: sólo quienes tienen dinero propio o de familia pueden optar a ser músicos, actores, cineastas, galeristas, productores, editores o escritores a tiempo completo. Esta deriva no sólo tiene que ver con los cambios operados en la profesión a partir de la llegada de esos medios digitales que sacan partido gratis o casi gratis de la cultura a través de las conexiones a internet, sino con un elemento social mucho más profundo: la cultura está siendo reservada para aquellos que tienen recursos o contactos, que son los únicos que poseen acceso a las empresas más prestigiosas, aquellas que pueden hacer éxitos, y que pueden resistir económica y anímicamente mientras el triunfo llega.

Como en todas partes

La paradoja es que no sólo ocurre en la cultura: las profesiones en general se han convertido en un espacio reservado para aquellos que poseen hábitos, contactos y recursos para ser contratados en los puestos que realmente permiten ganarse la vida. Desde el periodista hasta el consultor pasando por el abogado o el economista, sus posibilidades reales de ejercer la tarea para la que se formaron pasa por variables que tienen que ver, de un modo u otro, con la riqueza y con las conexiones. No es extraño, entonces, que la cultura se esté convirtiendo en un lugar donde gente con dinero produce obras para gente con dinero.

Las conclusiones del estudio, ‘Like Skydiving without a Parachute’: How Class Origin Shapes Occupational Trajectories in British Acting', realizado por Sam Friedman, David O'Brien y Daniel Laurison, profesores de la London School of Economics y de la universidad de Goldsmith, es sorprendente para quien no conozca de primera mano el mundo cultural. Sus investigadores analizaron 402 encuestas cumplimentadas por actores y entrevistaron a otros 47 para conocer su trayectoria profesional y su origen social y hallaron que el 73% de los actores y actrices provenían de una clase social favorecida (eran hijos de directivos y profesionales cualificados) mientras que el 27% restante pertenecía a familias con menos recursos (los padres eran cuadros intermedios o realizaban tareas manuales o que precisaban escasa formación). El salario medio que obtenían con su trabajo los profesionales de clases medias altas era de 46.100 libras al año, mientras que los de clase baja percibían de promedio 11.000 libras menos.

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